Capítulo 2: Parte 2




- ¿Disculpa? - Inquirí atónita por su inesperado interrogatorio. Me observó por un largo minuto en silencio, como si estuviese esperando otro tipo de respuesta.- Lo siento a veces soy demasiado directa.- Soltó una risita fingida e hizo como si no hubiese pasado nada.- Ponte cómoda, te hablaré de mí. Así romperemos el hielo.- Volvió a reírse como si realmente eso hiciese que fuese a confiar en ella.

Dejé mi mochila en el suelo, dentro traía la ropa que usaría en la fiesta, y terminé tomando asiento en uno de los sillones que quedaba justo enfrente de ella.- Pregúntame lo que quieras.- Me pidió emocionada. Yo solo tenía ganas de irme a mi casa.- Amm no sé...- Dije dubitativa y antes de que lo pensase bien, ya estaba formulando la pregunta en voz alta. - ¿Y tú que tienes de especial? - Se la había devuelto con su siniestra risita. Pero no logré ofenderla ni mucho menos, parecía haberle divertido.- Mi familia. ¿Tú no tienes? - Estaba segura de que aquello había ido con malicia. - A mi tía, como ya sabrás.- Supuse apretando los dientes.

- ¿Y qué tiene de especial tu familia?- Volví a inquirir esperando alguna respuesta fuera de lugar que me diera la excusa perfecta para hacerme la ofendida definitivamente e irme.- Todos somos adoptados. Y aunque no mantenemos vínculos de sangre, estamos más unidos que muchas que sí que lo tienen.

- ¿Todos... todos?- Sin esperarlo, la conversación se había vuelto interesante.- Exacto. Mis abuelos adoptaron a siete niños. Y cada uno de mis tíos, incluyendo a mi padre, adoptaron a sus propios hijos. Hasta mis primos más mayores ya han adoptado a sus primeros hijos. Así que sí, yo también soy adoptada.

- Debo reconocer que me has impresionado- Cristina sonreía satisfecha por mi cara de asombro.- ¿Ves? ¿A qué no soy tan mala como pensabas?- Me sonrojé al darme cuenta de que la borde de la habitación al final había sido yo.- Perdona... siempre me ha costado confiar en la gente. No es nada personal.- Quise arreglarlo excusando mis deficientes habilidades sociales en lo que venía siendo conocer gente nueva.- No te preocupes, la gente suele pensar que soy una rubia tonta. Pero se olvidan de que soy teñida. - Me guiñó un ojo y no pude evitar reírme con su chiste malo.- En ese caso la rubia tonta soy yo.- Dije riéndome ya que irónicamente, yo era la rubia natural. 

- Tus amigos de Nueva York te echarán de menos, eres muy divertida. 
- Sí, claro y yo a ellos.- Aunque son solo únicamente dos, pensé avergonzada.- Aquí harás más, en Villa Gaudí somos todos una piña. Te gustará. Y les gustarás.- Aseguró- Además esta noche te presentaré a mi grupo. Pero te aviso de que todo el mundo ya lo sabe casi todo de ti. Eres la novedad.- Sus últimas palabras ya no me habían gustado tanto.
  
- ¿Y qué es lo que sabe todo el mundo?.- Pregunté pasmada.-Oh... bueno, ya sabes...- Empezó a decir. Pero no, no sabía nada, y la animé a seguir hablando con la mirada. Ahora más intrigada.-...que os habéis mudado desde Nueva York a aquí... por el trabajo de tu tía. Por un nuevo hallazgo en el bosque o algo así. ¡Ah! Y que tienes mi edad.- Resumió y me quedé tranquila. En realidad no sabían mucho.

- Así que... ¿y eso que vives con tu tía?- Preguntó de repente. Pero ya estaba demasiado familiarizada con aquellas preguntas.- Mis padres murieron en un accidente cuando era pequeña y ella se ha hecho cargo de mí desde entonces.- Confesé tras meditar durante unos segundos como podía decirlo. Aunque supongo que no hay una manera mejor de contar a alguien que tus padres murieron.- ¡Perdona! Cuanto lo siento...- Dijo realmente apenada y avergonzada por su indiscreción.- No pasa nada, fue hace mucho tiempo ya.- Intenté quitarle hierro al asunto pero podía apreciar como el ambiente se había vuelto incómodo. Por suerte, en ese momento sonó el timbre de la puerta principal.

Eran sus amigas, quienes se presentaron como; Ruth, Mara y Alejandra. La primera tenía un rubio natural dorado, como el trigo. Muy bonito. Los ojos verdes y la piel bronceada de tomar el sol. La segunda daba una impresión más agresiva. Su pelo era negro como el carbón, y sus ojos marrones como el café. De todas, era la que estaba más morena. Y aunque no era tan espectacular o tan bonita como las demás, tenía algo al hablar y al moverse. Mucho desparpajo que, en ocasiones, algunos podían confundir con vulgaridad. Finalmente, la tercera; Alejandra. Desde que me estrechó la mano me di cuenta de que no era de su agrado. Me veía como una amenaza inminente. Tenía el pelo castaño, a la altura de sus hombros. Bastante corto en comparación con las demás. Sus ojos eran almendrados entre marrones y ámbar.

Al mismo tiempo todas llevaban el pelo suelto y bien voluminoso, con un estilo de vestir muy similar pero de diferentes colores. Tal como las vi por primera vez en el centro comercial. 

Por lo menos, para mi alivio, aquella fiesta me iba a servir de distracción para evitar pensar en la carta que había encontrado en el bolso de mi tía. O eso pensaba hasta que me di cuenta de que Cristina llevaba un anillo con la insignia GK. Las mismas letras con las que habían firmado aquel dichoso mensaje.

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